Como sabemos, existen muchas formas de encarar la práctica del karate. Según una canción folclórica okinawense:
“Aunque tomemos diferentes caminos para ascender a la montaña arbolada, cada uno de nosotros puede lograr su meta y apreciar la luna al llegar a la cumbre”.
En mi caso, la práctica del karate se incorporó a mi vida transformándose en compañero inseparable de viaje. Como todos, empecé aprendiendo técnicas de defensa y ataque; posiciones, orientaciones y ángulos de distintas partes del cuerpo en movimiento. Con el afán de mejorar, le dediqué más horas y traté de complementar con pesas y otros elementos. Aun así llegué a un límite que parecía incapaz de superar.
Apareció entonces una nueva herramienta que resultó ser la principal para seguir el camino del arte. Se trata de la utilización del «hara» (bajo vientre) como nuevo motor impulsor. Todas las técnicas que había aprendido anteriormente de una manera físico-mental pasaron a ser fundamentales para ejercitar esta nueva concepción. Me fui dando cuenta que la mente y el cuerpo dejaban de funcionar por separado y que, unidos, formaban parte del fluir de energía; sin duda una verdadera experiencia vital y no un concepto. Al utilizar el hara, poco a poco noté que con menos esfuerzo lograba una potencia cada vez mayor y, sorprendentemente, me iba sintiendo cada vez más relajado.
Vale la pena entrar en el desglose de esta energía al realizar un kata. Como sabemos, el kata se compone de una serie de técnicas que responden a las realizadas por uno o más adversarios. Partiendo de un estado de relajación (en alerta), a cada técnica respondemos con un instante de potencia máxima para, inmediatamente después, volver a la relajación (en alerta) inicial; esta secuencia se repite en cada una de las técnicas. En este fluir de energía debemos percibir al oponente como si realmente estuviera allí, como si no hubiera un mañana. Aunque repitamos esta ejercitación miles de veces, si no queremos perder el tiempo, cada vez la debemos llevar a cabo como si fuera la primera, con todo.
Visto así, en la práctica del karate en general y de los kata en particular, va cobrando cada vez más importancia los estados de relajación (de mayor duración) que los de potencia (instantáneos). Desarrollamos así, a lo largo del tiempo, un estado de percepción capaz de enfrentarnos al oponente que sea independientemente de la técnica utilizada. Sin quererlo, nos hemos introducido así a la práctica del Zen, un Zen en quietud y en movimiento.
Para el desarrollo de un buen hara, además de la práctica, tiene importancia la experiencia y el desarrollo de la intuición.
Llegados a este punto, creo que un interesante desafío es tratar de extender todo lo anterior a la vida en general. Esto no es un invento, ya existe y se llama «haragei» (todo con hara). Para darnos una idea, en esta práctica se considera que nuestros sentidos (los cinco) son un factor limitante en el libre fluir de la energía. Como podrán apreciar, todo una vida.
En nuestra escuela particular, estas enseñanzas se ven claramente enriquecidas por las máximas que en todo momento mantuvo el Sensei Shoshin Nagamine y que deben prevalecer tanto en la clase como fuera de ella: «Karate ni sente nashi» (no hay primer ataque en karate) y «ken zen ichi nyo» (karate y zen se unen en el mismo camino). Idealmente, desde el punto de vista de la enseñanza, cada sensei debería tener impresas estas máximas, tanto a la entrada de su dojo como a la salida; para que a nadie se nos olvide.
Autor: Sensei Ricardo Camani
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