En el anterior Dojo Apuntes: ¿Quién fue Sokon Matsumura? Les contamos la historia de uno de los sistematizadores del karate y alumno directo de Sakugawa Kanga. En esta edición y continuando con la historia de Sokon Matsumura le vamos a contar quién fue Yonamine Chiru, la mujer más bella y temida de Okinawa.
Una vez iniciado el proceso de tutelaje bajo la dirección de Sakugawa, el futuro Bushi (samurai) Matsumura se desarrolló rápidamente como un habilidoso experto. Y sucedió, que en el invierno de 1816, se le encontraron suficientes valores como para ser reclutado en el servicio imperial como Chikudon, importante título concedido directamente por el Emperador y, anterior en el rango al que recibiera años antes su propio maestro Peichin. Esto le permitió vivir holgadamente y contraer matrimonio dos años después con Yonamine Chiru, conocida por todos como una mujer bella, pero por sobre todo muy inteligente y de gran fortaleza física. Venía de una familia de renombrados practicantes de Ti, siendo en el futuro una influencia y un pilar importante que contribuyó notablemente en el desarrollo social y espiritual de su marido.
Como sucede siempre, la gente comenzó a compararles, incluso se discutía acerca de quién era el mejor de los dos en las habilidades marciales. Se decía de ella un poco en broma, que era capaz de levantar un saco de arroz con la mano izquierda y barrer el polvo por debajo con la escoba en la mano derecha. «¿Quién sería mejor en una lucha?». Esta era una duda que flotaba en el ambiente de la ciudad. El espíritu apostador y la afición por los retos siempre han sido característicos del carácter propio del pueblo Okinawense.
Esas dudas fueron resueltas una noche cuando regresaba la señora Matsumura de una fiesta que se había celebrado en el barrio de Kaki-no-hana. Cuando el awamori (nombre del sake okinawense) corrió en exceso entre los festejantes, el ambiente comenzó a ser poco a poco demasiado pesado. Entonces, Matsumura dijo a su mujer que regresara a casa, mientras él permanecía allí un rato más. Comenzaba a caer la noche cuando Yonamine inició el regreso a su casa por un atajo polvoriento y sucio que llevaba al templo medio abandonado de Sogen-Ji. De repente, un ruido entre los arbustos, la hizo sobresaltarse. Dio un salto a otro lado de la senda, mientras veía como salían de la oscuridad tres hombres suciamente vestidos y mal afeitados. La miraron maliciosamente como predadores dispuestos a saltar sobre su indefensa presa.
Ella, dándose cuenta de la situación de peligro inminente en la que se encontraba, mientras daba un paso atrás, recuperó la respiración inspirando lentamente, y se situaba en una zona donde la vegetación era más densa.
«¡Quitaros del camino, o tendré que castigaros a los tres!», dijo ella, pretendiendo desconcertarles. Su truco no caló entre los rufianes, que se rieron de estas palabras, e inmediatamente se colocaron a la derecha del que parecía ser el jefe del grupo. Yonamine se percató inmediatamente del liderazgo del más barbudo. Su mente instintivamente recordó que, en situaciones de agresión múltiple, siempre hay que tomar la iniciativa del ataque y dirigir este contra el líder o el más fuerte del grupo. Esto provoca un desconcierto inicial que debe ser aprovechado con ventaja por el asaltado. «Quien da primero, da dos veces». El paso que dio hacia atrás y a un lado también tenía una importante razón estratégica: «En la lucha contra varios atacantes hay que moverse de tal manera que el líder siempre quede entre tú y los demás», recordó lo que le instruyó su padre.
Antes de que el barbudo diera un paso más hacia delante, Yonamine saltó sobre él como un gato. El hombre parpadeó con una expresión de miedo en sus los ojos al ver como la cara plácida y femenina de aquella mujer se transformó en un instante en una máscara de guerra con los alerones de la nariz ampliamente abiertos, los ojos como los de un demonio y la boca abierta enseñando unos amenazantes dientes.
Su grito sonó como un extraño relámpago en una noche estrellada. Nada parecía ser lógico, pensaban los malhechores. Su desconcierto era total. Y, antes de acabar de pensar en ello, la mujer caía al suelo con una pierna, giraba sobre ella y dirigía el talón de la otra directamente a la sien del hombre más fuerte. Sin parar la acción, apoyándose en el pie de la pierna que acababa de utilizar como un martillo, proyectó otra patada lateral que con el canto del pie que dio impactó la garganta del segundo hombre que la recibió anonadado. Cayó este sobre una pila de maderas agarrándose la garganta sin apenas poder respirar. No se habían todavía enderezado las rodillas de Yonamine cuando se abalanzó nuevamente sobre el primero dirigiendo la punta de su codo contra la nuez.
El tercer hombre, todavía intacto, se paró al instante y al comprobar la situación en la que se encontraban sus compañeros. Mostró una expresión de cara de perro asustado y cobardemente salió corriendo lleno de pánico. En solo tres pasos Yonamine alcanzó al bandido asiéndole por el cuello, le aplicó una patada en la parte posterior de una rodilla y cayó sobre él. En una posición parecida a la de un jinete montando un caballo, le tomo del pelo, y antes de que este se protegiera con las manos, el canto de la mano derecha de la mujer cortaba el cuello del hombre como un hacha. La arteria gruesa del cuello no pudo resistir el golpe y el hombre quedó tendido sin conocimiento.
Entonces arrastró a los tres insensatos hasta colocarlos sentados, espalda con espalda, y los ató con su obi, que es el fajín ancho con el que se sujetan las ropas las mujeres. No acabó aquí su acción. Arrancó el palo que mantenía el nombre del templo y lo arrojó sobre ellos como un último acto reivindicativo y de asco. En la inscripción se leía: “Paz en el espíritu, paz en el cuerpo, paz en las manos, paz en los caminos”. Muy apropiado…
El regreso a casa
Horas después, Matsumura volvía a casa siguiendo el mismo camino. Según se aproximaba al templo, se extrañó al oir ruidos como lamentos que provenían desde los arbustos circundantes. Curioseando a través de la oscuridad de los matorrales, se sorprendió al ver a tres hombres amarrados como si fueran ganado y uno de ellos con sangre seca pegada a la cara. Mientras los desataba, reconoció el obi de su mujer. Los liberó y sin más preguntas los dejó ir mientras observaba atónito como caminaban con dificultad mientras se perdían en la oscuridad de la noche.
Al día siguiente, durante el desayuno, Matsumura dejó caer el cinturón encima de la mesa delante de Yonamine y dijo, «Creo que esto te pertenece».
Su mujer, envuelta en el polvo de la limpieza, recogió su obi y sin una sola palabra, continuo con su trabajo como si nada hubiera pasado. Matsumura se mantenía tranquilo, pero una duda le rondaba la mente, no podía comprender, cómo una mujer tan dulce, bella y hacendosa como la suya podría haber maltratado tan duramente a tres hombres. La educación tradicional Okinawense limitaba muchos las preguntas que un marido podía realizar a su mujer, el sentido de la ofensa y de la privacidad en aquellas épocas, eran muy respetados. A pesar de la sensación de tener gusanos en el estómago y la cara enrojecida por la duda, no se atrevió nunca a preguntar abiertamente. Estaba seguro de que ella había sido la responsable de ese suceso. Una maliciosa sonrisa, dibujada en su rostro demostraba tímidamente, que él sentía una gran admiración por ella y por lo que había hecho, pero que no podía demostrarlo abiertamente debido a las estrictas reglas sociales. Descubrió de esta manera secreta, que Yonamine era realmente una gran experta en el mundo del Ti, y que su familia había ocultado perfectamente su entrenamiento. [NO TE PIERDAS EN LA PRÓXIMA EDICIÓN EL COMBATE ENTRE SOKON MATSUMURA Y SU ESPOSA YONAMINE]
Autor: Sensei Gerardo Balves
7º Dan Kobayashi ryu Kyudokan
Coordinador del Grupo internacional de Dojos Kyudo Mugen Kyudokan
Imagen: Mokuso
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