El Sensei Shoshin Nagamine dedicó su vida entera a la práctica y enseñanza del karate-do. Podemos sintetizar las bases fundamentales del estilo por él creado (Matsubayashi-ryu) en las siguientes dos frases: “Karate ni sente nashi” (no hay primer ataque en karate) y “Ken zen ichi nyo” (Karate y zen van unidos en el mismo camino).
El inicio del camino: herramientas y técnicas del karate-do
Cuando decidimos iniciar la práctica del karate-do, nos enseñan distintas técnicas que no son más que las herramientas que utilizaremos para seguir el camino del arte. Llega un momento en que estas técnicas se incorporan a nuestro ser y las realizamos de manera automática, sin pensar en ellas, al punto que nos podríamos preguntar: ¿además del excelente ejercicio físico (que no es poco), hay algún otro motivo por el cual seguimos practicando este arte? La respuesta es sí: podemos enriquecer sin límites nuestra práctica si la unimos al camino del zen.
El kata: puente entre el karate y el zen
Para entender cómo poco a poco podemos ir incorporando el zen a nuestro arte del karate, lo haremos adentrándonos en la práctica específica del kata.
Hasta ahora habíamos practicado cada kata de manera sistemática, realizando una sucesión de técnicas con la máxima energía posible dentro de una coreografía preestablecida. Cada vez que realizamos un kata, tratamos de mejorar la técnica y lograr la mayor eficacia posible; muchas veces, con el afán de realizarlo con máxima potencia, no dejamos tiempo entre una técnica y la siguiente. El kata se convierte así en una serie ininterrumpida de técnicas con un despliegue de gran energía y mínima relajación. Casi sin ser conscientes de ello, esta forma de práctica termina por encasillarnos dentro de una determinada coreografía, como si fuéramos prisioneros de la misma, conduciendo en algunos casos a tener verdadera ansiedad durante la ejecución.
La importancia de la relajación en el kata
Expresándolo de otra manera: estando relajados en situación de comienzo del kata, damos el pistoletazo de salida, realizamos toda la secuencia sin pausa hasta el final, momento en el que nuevamente nos relajamos. Desde el comienzo hasta el final, entramos en una situación de máxima potencia para cada técnica (kime) sin dejar lugar a relajación entre una técnica y la siguiente.
Así las cosas, llega el momento de tener la necesidad de incorporar el zen a la práctica de nuestro kata.
Resetear la mente: el primer paso hacia la integración del zen
Para ello, lo primero es resetear nuestra mente. En el instante en que terminamos una determinada técnica con máximo kime (potencia), nos detenemos y nos relajamos, manteniendo una tensión mínima para no perder la forma (tensión en alerta). A partir de ese preciso instante, pasa a tener absoluta prioridad la relajación. Recuperamos la respiración y permanecemos relajadamente en alerta hasta el inicio de la siguiente técnica. La duración del periodo de relajación es muy superior a la del periodo de potencia.
Practicando el kata de esta manera, en lugar de sentirnos esclavizados por una serie de técnicas encasilladas dentro de una coreografía, sentiremos que vamos controlando lo que estamos haciendo, decidiendo nosotros mismos cuándo pasamos a realizar la técnica que sigue; tendremos una sensación de verdadero control y liberación.
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La unión entre mente y cuerpo: el siguiente nivel
Hasta aquí todo bien, pero si lo observamos con detenimiento, veremos que hemos dirigido nuestro cuerpo con nuestra mente, siguiendo pautas de tensión y relajación a lo largo de una determinada coreografía.
Para seguir nuestro camino de incorporar el zen a nuestra ejercitación, tenemos que tratar de ir uniendo nuestra mente a nuestro cuerpo. El objetivo es llegar a realizar todo lo anteriormente mencionado con el cuerpo y la mente integrados en una unidad cuya energía fluye por todo nuestro ser.
El Hara: el centro energético del practicante de karate
En nuestro cuerpo existe un centro que, aunque físico, se ha demostrado que tiene cualidades energéticas. Se encuentra a unos tres o cuatro centímetros por debajo del ombligo, y en nuestra práctica lo denominamos Hara. Conceptualmente, el Hara es como el contrapeso que lleva en la base un muñeco hueco y que, aunque lo movamos en cualquier dirección, siempre vuelve a recuperar su posición vertical.
En nuestra práctica (camino), el Hara pasa a cobrar así fundamental importancia; se transforma en nuestro segundo cerebro. Las respuestas que antes encontrábamos en la mente pensante vendrán ahora desde el Hara, que, a su vez, se convertirá en el motor propulsor de nuestro ser (cuerpo y mente formando una unidad).
Superando las barreras internas: ego y rebeldía
Aparecerán muchas barreras, que no son más que las propias sombras que llevamos con nosotros mismos. Entre ellas, podemos mencionar el ego y nuestra propia rebeldía interna a modo de niño herido.
¿Por qué es esto tan importante? El contacto que tenemos con el mundo exterior y la naturaleza lo realizamos a través de nuestro cuerpo; si el mismo se encuentra en tensión, la comunicación se corta, nos salimos del camino.
La humildad y la ilusión: claves para el progreso
Volviendo entonces a nuestra práctica, para que la energía fluya libremente, nuestra prioridad es relajar el cuerpo; objetivo imposible de lograr si pretendemos mentalizarlo. Lo fundamental es que nos dejemos llevar.
Juega aquí un papel fundamental la humildad, la ilusión por lo que hacemos y creer muy a fondo en el camino que seguimos.
Lo importante es luchar contra estas durezas e ilusionarnos con ese nuevo horizonte lleno de riqueza que nos espera y que finalmente revelará nuestra verdadera identidad.
El Hara como motor impulsor en la práctica del kata
Al atravesar este umbral, dejaremos de actuar con la mente y dejaremos que sea el cuerpo el que actúe. Nuestras respuestas vendrán del Hara y no de la mente. El requisito fundamental para lograr este objetivo es que estemos en todo momento plenamente conectados con nuestro Hara.
En la práctica, desde el punto de vista técnico, tendremos que sentir que nuestro cuerpo entero no es más que el mecanismo de transmisión entre el motor impulsor (Hara) y el resultado final (kime) de la técnica que estamos realizando. Obviamente, tendremos que aprender a poner en marcha nuestro motor impulsor (Hara). Una vez que lo logremos, cuanto más relajado se encuentre nuestro cuerpo, con más facilidad se transmitirá la energía proveniente del Hara hacia la técnica final. Lograremos así una máxima eficacia con mínimo esfuerzo. Todo lo mencionado debe tratar de lograrse sin que se altere nuestra percepción del mundo que nos rodea, como si fuéramos imperturbables.
Un ejemplo práctico: el kata y la energía del Hara
Pongamos un nuevo ejemplo: en cualquier punto de un kata, nos encontramos completamente relajados y en alerta, percibiendo el universo tal como se presenta en ese momento ante nosotros. Repentinamente, percibimos que nos atacan; para neutralizar el imaginario ataque, al instante y a modo de reflejo, responderemos con una técnica que, a modo de latigazo, impulsará nuestro Hara. Apenas se produce la neutralización, nos relajamos como si nada hubiera ocurrido; la neutralización ya pertenece al pasado, y volvemos a estar en alerta, preparados para lo que pudiera ocurrir (que podría ser un nuevo ataque). Y así seguiremos, una técnica tras otra, hasta finalizar el kata. Nada que ver con lo que hacíamos antes de incorporar el zen a nuestro camino.
El fluir de la energía: más allá de lo racional
Introducimos así en nuestra ejercitación el fluir de una energía imposible de explicar racionalmente. Actuaremos con nuestros verdaderos recursos y expresaremos nuestro auténtico poder interior.
Pongamos el caso de que nos tuviéramos que enfrentarnos a una agresión. Si nos desconectamos del Hara, nuestra mente entra en estado de bloqueo, todo nuestro cuerpo se tensa y nuestro ritmo respiratorio se altera. En caso contrario, si mantuviéramos conexión con el Hara, nuestro centro de gravedad bajará y nuestra postura transmitirá poderío que, desde el interior, se transmite al exterior.
El impacto del karate y el zen en la vida cotidiana
Por último, si seguimos nuestro camino del arte, poniendo en práctica dentro y fuera del dojo el anteriormente mencionado fluir de energía, siempre centrado en nuestro segundo cerebro (Hara), iremos notando una influencia directa en nuestra personalidad, en cómo percibimos la realidad y en nuestra forma de pensar, de sentir, de actuar y de relacionarnos.
Sin duda, un camino absolutamente apasionante.
Matsubayashi-ryu España
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