En inglés hay una frase que me gusta mucho: “Count your blessings”, que traducida al español sería “Cuenta tus bendiciones”. Tiene una intención que me suena tremendamente noble, como la de reconocer las cosas buenas que tenemos.
Casi instintivamente, pensamos en la casa, el trabajo, el dinero o la salud. Todo eso está muy bien, pues cada uno de esos elementos realmente pueden ser bendiciones. Nadie puede negar que incluso cosas más elementales como tener un techo donde dormir, comida en la mesa, una ducha con agua corriente, una taza de café disponible en las mañanas y un sinnúmero de cosas que disfrutamos día a día pueden ser consideradas bendiciones. Sin embargo, pocas veces vamos más allá de esos factores externos y no tenemos en cuenta lo que está aún más cerca: uno mismo.
Las bendiciones empiezan desde nuestro cuerpo material y sus capacidades de respirar, pensar, moverse e interactuar con el mundo. Igualmente, las bendiciones también se pueden contar en nuestro yo inmaterial o espiritual y sus cualidades para razonar, perdonar, imaginar, soñar, amar y recuperarse de las dificultades, entre otras.
Con el reconocimiento de todas esas cualidades, las visibles e invisibles, no hacemos otra cosa que ejercer la práctica de la propia gratitud.
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Desde esa perspectiva, en esta oportunidad quisiera proponer la “Meditación de la propia gratitud”. La practicamos para tener presente el valor que cada uno de nosotros tiene por derecho de nacimiento. Practicamos la gratitud en uno mismo para vivir mejor, con un alto nivel de bienestar, que es el estado natural de nuestra existencia.
Ser agradecidos es muy simple. No obstante, lo simple no siempre es fácil. Muchas veces dejamos que situaciones cotidianas ocupen por completo nuestra mente. Permitimos que nuestros pensamientos se centren exclusivamente en lo que definimos como negativo. Pasamos todo el día, semanas, meses, tal vez años sin detenernos a ver las cosas y personas que día a día nos permiten seguir adelante.
Tal vez el mayor de los olvidos es el olvidarse de uno mismo, olvidar de tenerse en cuenta para reconocer nuestros propios méritos. Incluso a menudo nos jactamos de ser “nuestro juez más estricto” sin medir las consecuencias del daño que eso nos ocasiona.
Dejamos que ese juez, que no es otro que la voz de nuestro ego nos grite y nos maltrate, nos llene de miedo, de duda y sentencias sin misericordias, porque no tenemos suficiente dinero, porque no hemos logrado perder peso, por no tener el trabajo que quisiéramos o simplemente por no saber qué queremos.
Con esta meditación, la intención es acallar al juez, valorarnos y apreciar lo bueno que hay en cada uno de nosotros.
Autor: Alejandro Garay
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