En esta edición de Mokuso, cerramos un ciclo de artículos sobre el origen de las graduaciones escrito por Gerardo Balves en su clásico Dojo Apuntes y Ramón Fernández Cid escribe sobre “Sentir el karate”. Dos temas que sin duda se entrelazan, porque hablan del nacer, del sentimiento y de la formalización de un arte o actividad. Y esto va más allá del karate, tiene que ver con la conducta humana, lo que lo hace más interesante aún.
Seguramente todos nos hemos preguntado, en algún momento, sobre el sentido de las graduaciones o para qué sirve pasar de cinturón o Dan. Si hace realmente al saber o a la calidad del practicante… Cada uno escogerá su respuesta y todas tendrán cierto grado de validez. Lo mismo sucede con la vestimenta, muchos no conciben entrenar sin karategui y para otros es una incomodidad total. No hay correcto o incorrecto.
Lo cierto es que ese conjunto de normas, que se fueron estableciendo de común acuerdo, han logrado formalizar y unificar, o dicho de otro modo, institucionalizar.
Esencia e institucionalización
La institucionalización de una actividad puede ayudarla en algunos aspectos, ponerla en valor para la sociedad. Pero la burocracia en la que se sumerge, puede también llegar a ahogarla o hacerle perder su esencia. Es por eso que es tan fácil, en alguna ocasiones, perder el norte.
Las artes marciales no escapan a las generales de la ley y todo lo construido puede derivarse como un castillo de naipes. Cualquiera puede pasar de Dan, es cuestión de tiempo, y hacerse llamar Sensei, pero no cualquiera logrará ser un verdadero maestro. Cualquiera puede repetir un hermoso discurso, pero sólo pocos podrán sostener con el lomo lo que baten con el pico. ¿Cómo regular esto? Creo que es imposible.
Lo que sí es posible, es reflexionar sobre lo que cada uno busca en lo que hace. Sin pretender verdades absolutas, me animo a decir que el verdadero maestro no es adepto a dar lecciones de vida. El que es, no dice, hace, transmite con acciones simples y concretas. Hechos, no palabras. Realidad, no relato. Tal vez por eso los antiguos maestros decían: “Practique, no hable”. Tal vez, ellos tenían incorporado que no era bueno dejarse llevar por la tentación de dar respuestas, que ellos mismos no estaban seguros de poder sostener con hechos. Por humildad o por prudencia, no está mal quedarse callado.
El buen maestro
Muchos hemos tenido la suerte de tener un gran maestro, en mi caso el mejor que hubiese podido tener, Pedro Fattore. Pero digo suerte, porque la gran mayoría, al entrar a un dojo, no sabe quién es aquel que tiene enfrente. Simplemente, va a hacer karate, judo o lo que elija. Y como en este texto hablamos de convenciones, podríamos establecer también, que un buen maestro no especula, no alardea de sus títulos, no busca sacar ventajas, no es voraz, no saca una tajada. Un maestro es un ser humano que está cumpliendo un rol, lleno de dudas, errores y contradicciones. No es un sabio, pero sí es una persona de buenas intenciones y gran corazón.
Maestro y discípulo
La relación maestro – discípulo no es contractual. Se construye, nunca es segura, pero si la madera es buena será duradera, aunque siempre requerirá mantenimiento y restauraciones. Como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie. Pero cuando se rompe, se rompe.
En una de las charlas con Gerardo Balves he entendido, que así como somos hijos de nuestros padres, somos discípulos de nuestro maestro. Pero jamás seremos discípulos del maestro de nuestro maestro. Ni tampoco al revés. Se pueden romper relaciones, pero no se pueden saltear, negar o acomodar a gusto y piacere.No es un juego, si hablamos de un maestro. Tal vez la palabra coach, entrenador, no está tan mal después de todo. Pero maestro no es un título que se gana por estar frente a una clase o tener una alta graduación, como tampoco lo es el de discípulo.
Conclusión
Tal vez deberíamos entonces, usar mejor el lenguaje, ser más honestos, no invocar en beneficio propio, no usar más cinturones suntuosos, que solo expresan eso: suntuosidad. Hacer por lo que significa y no por lo que representa. Volar bajo, como decía Facundo Cabral. Entrenar, enseñar si se quiere, pero no pregonar valores que no estemos seguros de llevar a cabo en nuestras acciones. Ser callado.
Los maestros están entrenando allá arriba, hagamos silencio, nosotros todavía miramos por la ventana y los vidrios están muy sucios. Tal vez deberíamos limpiarlos con nuestro inmaculado y blanco karategui.
Queridos lectores, espero que estén disfrutando de Mokuso y muchas gracias por leernos.
Ariel Garofalo
Director de Mokuso Revista
Foto: Pixabay
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