Hagakure dice: morir cuando hay que morir, vivir cuando hay vivir. En esa línea decimos: hablar cuando hay que hablar, callar cuando hay que callar.
Una práctica marcial tradicional tiene por objetivo salvarnos la vida en una situación de peligro, y de mejorarla día a día mientras esa situación hipotética no se presenta. Incluso se aprende a evitar generarla. Sin embargo, la práctica tradicional no se aparta de esa hipótesis. En ella, el diálogo no tiene cabida. En esa instancia lo que actúa es el instinto, al que se busca educar.
Los diversos tipos de entrenamiento
Las prácticas deportivas o sociales, a diferencia de las que nombramos en este artículo como tradicionales, se permiten un nivel de ki mucho más ligero. En ellas, el diálogo es admitido. Por un lado, nivel de ki, estrés o tensión propio de una situación límite. Por otro, la explicación racional. El lenguaje no desaparece en las situaciones límites, pero se reduce a un mínimo. Recordemos el haiku, expresión de palabras sueltas, conectadas por grandes elipsis. Pensemos en alguien que, herido de muerte, yace en el suelo del campo de batalla. Sabe que la vida se le está yendo, mira al cielo y dice:
nubes, sol, viento
ahora entiendo todo
es solo un juego
La energía
Las técnicas que practiquemos serán efectivas y aplicables de acuerdo al nivel de estrés o ki con las que se hayan practicado. Esto queda en evidencia muchas veces en los torneos. El practicante hace cualquier cosa menos lo que practica, o lo hace sin control, que es lo mismo, y esto sucede porque lo practicado se hizo en un nivel de ki inferior a la tensión del torneo, o de la situación real. La vida es transcurrir de la tensión a la relajación en forma permanente. Tal vez en encontrar este equilibrio en el entrenamiento diario, esté el secreto.
El origen común
En la otra cara de la moneda está la práctica en sí misma, la disciplina. Una mirada rápida nos dice que la educación marcial de los guerreros feudales japoneses se basaba en la práctica de las armas (katana y sus derivados, arco, fusil primitivo, alabarda y quizás alguna otra). Sin embargo, la educación no era solamente marcial. También cultivaban la poesía, la caligrafía, la danza, y otras expresiones mediante las cuales es posible perfeccionarse como ser humano. La organización de esa sociedad pre capitalista, permitía esa formación al diez por ciento de la sociedad, que era la clase samurái, eximidos del trabajo productivo. Recordemos también que en aquella sociedad la gente vivía toda la vida en la misma aldea.
Miyamoto Musashi en su libro habla del concepto Bunburyudo: bun (intelecto, letra), bu (bu de budo, arte) y ryodo (caminos simultáneos). La aspiración del desarrollo del ser del hombre en todas sus aristas es el ideal del Budo, aunque no solo de esta tradición es patrimonio esta visión del hombre como un todo.
Aristóteles y el Budo
En Grecia, los filósofos acudían a gimnasios, Aristóteles encontraba en la actividad del caminar el vehículo para la elaboración de la filosofía. La pregunta por lo que falta desarrollar es vitalmente válida, y guarda en sí misma una crítica a la sociedad moderna de la división del trabajo, y no solo a ella, sino a la concepción del hombre dual: ¿Cómo se puede integrar en una práctica de dos horas dos o tres veces por semana, como mucho, tantas aristas juntas, si tenemos que ir a trabajar, estar con nuestros afectos, esparcirnos, viajar de un lado al otro, del trabajo al dojo, de ahí a la casa, etc.? ¿En qué tiempo tan segmentado se puede abarcar una práctica que busque desarrollar los caminos simultáneos? Pero esa división también está en nosotros. ¿Por qué no se podría cultivar más de una disciplina en un mismo dojo? ¿En donde está la limitación? Como siempre, en nosotros.
Autor: Gabriel Bisceglia, escritor, autor del libro Camino a lo esencial. Sensei de Aikido y practicante de karate shotokan ITKS.
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