Sakugawa «Tode» Kanga. El arte del karate como es conocido actualmente, se debe a un hombre nacido en el siglo XVIII llamado Sakugawa. Dejó una amplia estela de conocimientos, entre los que destacan: el Dojo Kun, o reglas éticas que se siguen en las Escuelas de Karate, el kata Kushanku, el kata de bo Sakugawa no bo y en general el sistema de entrenamientos que conocemos hoy en día. Nació en Shuri, Okinawa, el 5 de marzo de 1733 y murió el 17 de agosto de 1815.
Así comienza la historia
Cuando tenía 17 años, sucedió un acontecimiento que marcó toda su vida. Un mal día, su padre fue llevado a casa por varias personas. Había sufrido una paliza y después los agresores le obligaron a beber sake hasta un límite que no podía resistir ningún ser humano. Esta agresión se produjo por una venganza: El padre no era un gran bebedor, cosa poco común en una época donde los campesinos oprimidos por la policía imperial japonesa tenían en esta actividad etílica, un medio para expresarse desinhibidamente. Este motivo fue suficiente para provocar un altercado que acabó con la vida del desafortunado padre de Sakugawa.
En el lecho de muerte, lo mandó llamar y le dijo: “Hijo, mírame bien. Quiero que me prometas una cosa. Aprende a defenderte y no vivas como tu padre, siempre sometido al capricho de los más fuertes. Debes aprender a luchar, no vivas humillado como yo. No permitas que abusen de ti, ni que te hagan sentir ridículo hombres de esa calaña, que cobardemente atacan en manada como perros salvajes”.
Después de enterrar a su padre, Sakugawa buscó un experto que pudiera complacer el último deseo de su progenitor y al cabo de un tiempo oyó hablar de un Monje llamado Takahara Peichin. El título Peichin, añadido detrás de su apellido, era una garantía, pues representaba un honor que el Rey otorgaba por servicios distinguidos. El Monje vivía en un pueblo cercano al suyo, Akata, lo cual era muy conveniente. Visitó a Takahara y le explicó su misión. El Monje le escuchó detenidamente y le dio la primera instrucción: “Él Ti es un estudio para toda la vida. No es un capricho de meses o años. Es para siempre”
Esta introducción impresionó tanto a Sakugawa que no solo se inició en el entrenamiento en cuerpo y alma, sino que lo continuó como dijera el Monje durante el resto de su vida.
Mientras los años pasaban rápidamente, Sakugawa, se desarrolló como uno de los mejores alumnos bajo la disciplina de Takahara. El sistema de lucha que aprendió se llamaba Tode, el cual era una derivación del Kenpo chino. Sin embargo, le faltaba mucho por aprender.
El entrenamiento correcto y la ética aprendida durante tantos años fueron puestas a prueba aquel día cuando el joven Sakugawa decidiera visitar el alegre barrio de Nakashima-Yukaku. Tenía por entonces la fuerza y la poca prudencia de los 23 años. Este arrabal era famoso por tener lugares muy licenciosos, en los cuales la “alegría” corría por las calles sin mucho control policial. Era el sitio ideal para ir a divertirse de una manera desenfadada. Beber sake y hacer bromas de unos a otros, eran actividades normales.
La segunda lección, trascendental para su vida, la tuvo aquí y pudo comprobar con gran vergüenza cómo, a pesar de su exquisita educación, se colocó en la misma baja categoría como la que demostraron los que atacaron a su padre.
El encuentro con Kushanku
Mientras cruzaba un puente cerca de la ensenada de Izumisaki, vio a un elegante chino, vestido con lujosas ropas de seda, que miraba sobre la barandilla del puente. Parecía ensimismado en la observación del reflejo de la luna sobre las aguas del río. Un repentino impulso se apoderó de Sakugawa. En el ambiente social existía una animadversión hacía los extranjeros, especialmente los chinos, pues éstos eran cultos y muy refinados en las formas sociales. Se vestían con largas túnicas de seda que les daban una apariencia frágil y excesivamente elegante. ¡Por fin tenía la posibilidad de burlarse de un chino invasor!, pensó. Y ese era el momento perfecto.
“Voy a empujarlo al río y me reiré de él” Sin pensarlo dos veces, se acercó lentamente por detrás y, repentinamente, le dio un fuerte empujón. El chino giro al mismo tiempo que agarraba la muñeca de Sakugawa con la fuerza de una tenaza de hierro.
“¿Por qué haces esto?”, le preguntó el extranjero. “¿No te das cuenta de que una broma como esta podía haber hecho mucho daño? ¿Qué hubiera pasado si yo fuera débil y no hubiera podido parar tu acción? Tú eres muy fuerte y no deberías jugar así. La gente de Okinawa ha sido muy buena conmigo y voy a dejar pasar esto por alto, pero contrólate en el futuro, ¿qué pensaría tu padre de ti si se enterara de lo que has pretendido hacer?”
Sakugawa se sintió tan avergonzado que no podía articular palabra. Al poco rato, se acercó un joven local y muy cortésmente ofreció con una reverencia, un vasito de sake al elegante chino extranjero.
Mientras éste bebía, el muchacho se volvió hacía Sakugawa y preguntó: “¿No eres tú Sakugawa? No estaba seguro de reconocerte. ¿Qué haces aquí?” En esos momentos Sakugawa hubiera preferido no existir.
“¿Conoces a este joven?”, preguntó con curiosidad el caballero chino, mientras apuntaba con un dedo a Sakugawa. “Sí”, contestó el joven, “Es un conocido luchador local”.
El chino miró a Sakugawa muy de cerca, como lo haría un miope. “Si alguna vez vienes a Kume-mura, pregunta por Kushanku y yo te enseñaré no solo el cómo sino también el porqué de las Artes de la guerra”. Después, refiriéndose al muchacho que le había traído el sake dijo: “Este es Kitani, un estudiante que me está ayudando durante mi estancia en este país”.
Sin más conversación, acabaron los tres cruzando cordialmente el puente como si nada hubiera pasado. El joven estudiante en continua actitud servicial, Sakugawa anonadado por lo sucedido y el maestro Kushanku andando muy ufano con las manos entrelazadas por detrás de su cuerpo, decía: “¡Que día más bonito!, ¡qué agua más bonita!, ¡que puente más bonito!, ¡que cielo más bonito!”
En ese momento, Sakugawa se percató de que se encontraba ante alguien muy especial. No solo tenía un guía entregado para resolverle cualquier deseo, sino que vivía en Kume-Kura, que era una población cercana a Naha, donde se afincaban las familias chinas provenientes del importante puerto de Fukien en China. Estas familias eran cuidadosamente elegidas por el Emperador de la China para facilitar las relaciones entre Okinawa y su corte imperial. ¡Por lo tanto se encontraba delante de un embajador!
Un nuevo comienzo
Sobrepasado por la emoción y por este golpe de suerte, Sakugawa no podía esperar para contarle a su maestro lo que había sucedido. Cuando así lo hizo, Takahara se puso muy feliz y dijo, “Ve con Kushanku y aprende de él todo lo que puedas». Es el experto más reconocido que jamás haya venido de China. La fortuna te ha sonreído. Cuando Kushanku regrese a China, enseñarás todo lo que hayas aprendido de él, esto es muy bueno para Okinawa. ¡Ahora, corre!”
Obedeció su consejo y permaneció con Kushanku durante seis años. Años dedicados al entrenamiento físico riguroso y al estudio de la antigua sabiduría china.
Allí descubrió que Buda enseñó que todo sufrimiento viene de la ambición. Que el respeto a los ancianos es fundamental, según otro filósofo chino llamado Confucio, para que el ser humano se desarrolle con fuertes lazos familiares, base de toda cultura sana y fuerte. Y que la Naturaleza es la madre que da todo el soporte que el hombre necesita para vivir, así lo enseñaba un sabio errante llamado Lao-Tse. Años intensos en los que descubrió que las Artes Marciales iban mucho más lejos que la mera realización de ejercicios físicos por muy complejos que éstos fueran.
El Buguei (artes marciales) y el estudio de sus secretos filosóficos tenían tanta fuerza que podían por sí solos, alimentar la llama de la ilusión perdida. Habitar en una isla llena de prejuicios y de represión como el que se producía por entonces las Islas de Ryu Kyu, era muy difícil de soportar. Estos nuevos conceptos, calaron muy profundamente en el espíritu de Sakugawa y así los transmitió posteriormente a sus alumnos.
A la edad de 29 años recibió un aviso urgente, Takahara, su antiguo Sensei, reclamaba su presencia desde Shuri. Volvió rápidamente, encontrándolo gravemente enfermo.
El reencuentro con Takahara
El anciano Monje le dijo: “La razón por la que te he hecho venir es porque quiero saber si vas a continuar por la vía correcta de las enseñanzas del Tode. Tú puedes enseñar muchos buenos secretos de la ética de las Artes del Buguei y yo no he tenido ni la calidad ni el tiempo suficiente para lograrlo. Si tú me dices que continuarás la obra, entonces moriré sabiendo que mi sueño se hará realidad. La razón de mi existencia no quedará sin continuación.”
Tomando un momento para recuperarse del esfuerzo de hablar sobre un tema tan trascendental, y siendo consciente de que le quedaban muy poco tiempo, asió la mano de Sakugawa y le dijo solemnemente: “Quiero que a partir de ahora te llames Tode Sakugawa, y consigas que los habitantes de Okinawa se sientan orgullosos de ti” Dos días más tarde, moría Takahara.
Pasaron uno años y el maestro Kushanku regresó a China, Sakugawa continuó con la enseñanza del arte.
Desde entonces, se ha reconocido al maestro Sakugawa como el primer profesor y maestro de las artes de lucha okinawenses. Posteriormente, en el siglo XX, acabaron por bifurcarse produciéndose la aparición de las dos ramas comúnmente aceptadas como el verdadero karate okinawense y su hijo, el karate japonés.
Los primeros alumnos de Sakugawa
Karate Sakugawa tenía tres alumnos que iban juntos a todos los sitios, se llamaban Okuda, Makabe y Matsumoto. Eran sus sempai (asistentes de confianza del maestro o hermanos mayores) y eran muy queridos por el pueblo.
Okuda era el especialista supremo. Era “el golpeador”, que podía poner fuera de combate a cualquiera. Tenía el sobrenombre de “Mano de Hierro”. Los campesinos, cuando conversaban a cerca de él decían: “Okuda puede matar a un toro de un golpe”. Su fama era tan grande que cuando llegaba de visita a otras ciudades, era recibido con gran admiración, y pronto se veía rodeado de muchos admiradores incondicionales que le daban palmadas en la espalda y se empujaban para andar al lado de él.
Makabe era pequeño. Pero era muy rápido, listo y esquivo en sus movimientos. La leyenda decía de él que había nacido debajo de las alas de una golondrina. Le llamaban “el hombre pájaro”. También levantaba pasiones cuando aparecía por algún sitio público.
De los tres, Matsumoto era el correcto. Hacía todo bien, era perfecto en la técnica básica y su forma de luchar no tenía nada que llamara la atención. Evidentemente, no tenía ninguna especialidad. Cuando los tres amigos caminaban juntos por las calles, nadie se acercaba a él. No era un especialista… Cuando alguien le preguntaba a otro, “¿Quién es ese? ¿Cuál es su especialidad?, ¿Qué puede hacer?” la respuesta siempre era parecida a esta: “Ah, él. Es un buen practicante. Nada especial”.
El capitán Oshima-Kuryu
Sucedió entonces, que un barco proveniente de China recaló en el puerto de Naha, Okinawa. A bordo venía el capitán del barco que era muy conocido por su fortaleza física y como gran peleador. Se llamaba Oshima-Kuryu. Este capitán tenía la costumbre jactanciosa de ir retando a cualquiera que pretendiera quitarle la supremacía de la fuerza física. Efectivamente, nunca había perdido una pelea y presumía en público de su poderío.
Nada más poner pie en tierra, Oshima ya estaba preguntándose si encontraría pronto a alguien que quisiera enfrentarse a él. Se decía: “La gente de aquí ya me conoce. Nadie aceptará un reto. Tengo que inventar algo”.
Por fin tuvo una idea. Una noche se dirigió a la taberna del puerto, y después de provocar y dar una paliza a un fornido marinero, le quitó la ropa como un signo de victoria y burla a los lugareños. Siguiendo este plan, continuó así noche tras noche. Al cabo de un tiempo, se corrió la voz por toda la ciudad de que un enorme chino estaba burlándose de los pescadores okinawenses. Esta queja llegó a oídos de las autoridades policiales, que naturalmente estaban formadas por oficiales chinos, los cuales, en circunstancias similares, siempre miraban para otro sitio.
Las noticias llegaron a la ciudad de Shuri y finalmente a oídos de To De Sakugawa, que por entonces actuaba de Magistrado, un trabajo que era realizado en aquellos tiempos por maestros de To De gracias a su buena reputación.
Una noche, estos tres alumnos de Sakugawa decidieron bajar al puerto para tomar unas copas. Los tres amigos estaban bajando en animada charla por el único camino que bordeaba la montaña en dirección al puerto, cuando una gran sombra se interpuso en su camino. Allí estaba aquel hombretón con varias ropas colgando de su hombro. Inmediatamente se dieron cuenta de que se trataba del matón del que tanto habían oído hablar.
Okuda decidió entrar en acción. Dijo: “¿Eres tú el que está provocando tanto alboroto en la vecina ciudad de Naha? Si lo eres, date la vuelta y márchate de aquí ahora mismo o yo te obligaré a hacerlo”
Oshima- Kuryu, muy despacio, movió negativamente la cabeza y contestó: “Solo me marcharé si soy vencido. ¿Veis estas ropas?, se las he quitado a expertos como tu y los que te acompañan”.
Okuda, en ese mismo momento se lanzó contra él y le aplicó su famoso golpe de puño. Kuryu se apartó hacia un lado y el tsuki acabó en el aire, desequilibrando por la inercia a Okuda, el cual acabó girando sobre su propio cuerpo. Kuryu aprovechó la ocasión y, con la gran experiencia ganada en cientos de peleas callejeras, aplicó un golpe que Okuda acabo con su conciencia y su cuerpo tirado por el suelo.
“Mañana volveré por aquí a la misma hora”, dijo Kuryu, y se marchó orgullosamente.
Durante todo el día siguiente, Makabe entrenó específicamente la serie de argucias y de técnicas que pensaba utilizar la próxima noche. Golpeó con fuerza un pesado saco de arena, entreno duramente con el makiwara (un tablón flexible con un cojín de paja trenzada en un extremo) e hizo incansables taisabakis para esquivar los puñetazos. Por la tarde practicó combate con sus alumnos, y los golpeo duramente a todos. “Pobre de Kuryu”, pensaban los discípulos. “Si Makabe puede con todos nosotros, ¿qué no podrá hacer contra un hombre solo?” El espíritu era muy alto.
Esa noche, Makabe, “el hombre Pájaro”, estaba esperando. Oshima-Kuryu no faltó. Pelearon. Makabe era rápido, inteligente y astuto. Pero no fue suficiente. El chino aguantó todos sus ataques y finalmente, después de un cuerpo a cuerpo, proyectó violentamente al okinawense contra el suelo, dejándole sin respiración. Kuryu volvió a ganar. Makabe nunca se había preocupado de entrenar el cuerpo a cuerpo. Y tampoco sabía cómo pelear en el suelo, o cómo zafarse de una llave a una articulación.
La gente del pueblo oyó las noticias y comenzó a preocuparse profundamente. Todos deseaban que To De Sakugawa salvara el honor del pueblo. Querían que el Gran Experto se enfrentara a ese presuntuoso extranjero chino. Pero Sakugawa dijo:
“No os preocupéis. Nuestros dos especialistas han fracasado. Eso ha sucedido porque están demasiado ensimismados en una sola técnica. Para vencer a ese hombre hace falta improvisación y usar el cuerpo y la mente en unidad. El cuerpo solo vence si el oponente responde bien a tu ataque premeditado y se deja engañar, pero contra un combatiente fuerte y muy desorganizado solo vale usar la mente intuitiva. En la fuerza contra la fuerza, vence el más fuerte. En la fuerza contra la fuerza y la mente juntas, vence la segunda opción. Matsumoto, ganará”.
No estaba todo el mundo de acuerdo con a opinión de Sakugawa, incluso se llegó a decir que en realidad lo que quería era evitar el combate con el terrible capitán del barco. ¿Cómo iba a ganar Matsumoto si nunca había destacado en nada especial? Las apuestas comenzaron a inclinarse por Oshima-Kuryu.
El momento de Matsumoto
Aquel día Matsumoto lo pasó pescando en el puente. La gente le veía y decía: “¿Cómo va a vencer a Oshima si no se entrena y no es siquiera capaz de pescar ni un pez?” Otros pensamientos muy distintos calmaban la mente de Matsumoto: “Un rayo de tormenta dura un instante y debe caer en el sitio correcto para ser mortífero, pero el rescoldo de un buen fuego dura más tiempo y de él salen muchas más ventajas”.
Efectivamente, en la tercera noche, allí estaba Matsumoto, esperando al capitán chino. Cuando se encontraron frente a frente, el okinawense se percató de que tenía delante de él al más poderoso contrincante con el que se hubiera enfrentado jamás.
Pelearon durante un largo periodo de tiempo sin que Matsumoto apenas hiciera ruido. Por el contrario, el chino resoplaba, saltaba, se abalanzaba, tiraba docenas de golpes, gritaba… ¡Era un verdadero e impresionante espectáculo de fuerza bruta!
Finalmente, cuando Oshima comenzaba a mostrar signos de fatiga, pues apenas podía respirar, atacó torpemente con las últimas fuerzas que le quedaban. Matsumoto desapareció delante de él y esto es lo último que vio el enorme chino. Le aplicó un solo golpe que derribó simultáneamente la vanidad del hombretón y su enorme cuerpo. Quedó en el suelo retorciéndose de dolor, asfixiado y sintiéndose morir, pues tal es el efecto que produce un certero golpe. El impacto fue tan preciso que Oshima Kuryu necesitó varios meses para recuperase.
“Ha llegado la hora de retirarme”, declaró Oshima meses después. “Me siento feliz por haber sido vencido por un hombre que domina la técnica básica y que es discípulo del maestro Sakugawa. Todos mis oponentes anteriores eran buenos guerreros, pero incompletos. Todos tenían algún truco que era fácil de detectar y no les fue suficiente para vencerme”. Después, desapareció de la historia sin dejar más recuerdo que el haber sido vencido por un alumno con mucha base y el sello del maestro Sakugawa.
El Maestro Sakugawa enseñó a muchos alumnos. Sin embargo, su mayor logro se produjo cuando tenía 78 años. Fue entonces cuando Sokon Matsumura vino a él para recibir clases como alumno.
Autor: Sensei Gerardo Balves
7º Dan Kobayashi ryu Kyudokan
Coordinador del Grupo internacional de Dojos Kyudo Mugen Kyudokan
Imagen: Mokuso
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