¿De dónde viene esta idea de que el cuerpo es una cosa y la mente otra? ¿Por qué tenemos esa creencia? Para poder comprenderlo necesitamos primero hacer un breve repaso de nuestra historia. En torno al año 1000, el centro comercial y cultural del viejo mundo estaba en Asia, puntualmente en Bagdad (capital de Irak), y el poderío del medioevo cristiano se reducía a tan solo sector del occidente europeo.
La conquista de América
Es recién a partir de 1492, con la conquista de América, que el mundo comienza a ordenarse según los intereses del imperialismo europeo: América entera como colonia, fuente inagotable de recursos naturales; África como proveedora de mano de obra esclava y las Indias Orientales (Asia), ya incorporadas al vasallaje completan el esquema.
Pienso luego existo
En el mundo de las ideas, el referente máximo que inicia la modernidad es, por consenso, Renatus Cartesius (1596-1650), o René Descartes para los amigos. Este señor nos dejó una frase que conocemos todos: Pienso, luego existo. Sin entrar demasiado en el sistema del pensamiento de nuestro amigo René, el aporte enorme fue poner de manifiesto el Yo pienso, o dicho de otra forma: la única forma de encontrar la verdad es mediante la razón. Esta idea del Yo Pienso, luego existo nos constituyó como sujetos occidentales y nos partió en dos: por un lado el cuerpo y por el otro la mente.
¿De qué estamos hablando? ¿Los orientales no tienen un Yo pienso?
Claro que sí, pero no está formalmente establecido en la cultura, teorizado, y afianzado por siglos. Buda dijo hace 2500 años que la raíz del dolor está en el Yo, en el apego a la propia concepción de sí mismo. No negó su existencia, pero sí su calidad; no es de piedra y bronce, como se tiende a percibir, sino de maleable arcilla.
En esta revista hay unos artículos maravillosos de Luigi Di Martino sobre la actualidad del sujeto japonés, donde el Yo está muy abajo del pie de la sociedad, que lo oprime con su criterio normalizador, como un guardapolvo blanco que unifica a todos en un sujeto único, borrando y menospreciando las individualidades.
El engaño que nos hemos creído
En realidad, cuando decimos sociedad hay que decir el poder político. Los Tokugawa en el caso de Japón, la Iglesia de Roma, en occidente. Luego ya no es necesaria la imposición. La represión se instala en la psicología de los sujetos, y es la sociedad, el colectivo quien ejerce la censura. Volviendo a Descartes, él pensó que el cuerpo no era una fuente confiable de conocimiento. Buscó y buscó, hasta encontrar que solo desde la conciencia descarnada, desde el Yo pienso, podía tener certezas. Muchas cosas se derivan de esto; la reencarnación de las almas, el estado no encarnado de la conciencia entre otras.
El poder de la iglesia
La iglesia católica era el poder hegemónico de la época. Tomó el discurso de nuestro amigo Cartesius (Descartes), que era revolucionario en su momento, y lo absorbió para continuar legitimando su visión del hombre: cuerpo por un lado y alma o conciencia por otro.
El cuerpo es bajo, perecedero, impuro, etc. El alma recibe los todos privilegios. Así dividieron el trabajo y las clases sociales: los de abajo son los que ponen el cuerpo, y sus recompensas son magras. Las clases privilegiadas son las educadas en el intelecto. Nosotros los occidentales todavía confiamos en esta idea concebida del mundo que divide cuerpo y alma como dos compartimentos diferentes.
No reconocemos socialmente que un artesano pueda tener sabiduría, sino tan solo maestría manual, a lo sumo. Por otro lado, el estereotipo de intelectual, científico o lo que sea, es alguien ajeno a su propio cuerpo y a todas las cosas que de él provienen. En Japón, en cambio, todos los artesanos aspiran a la sabiduría.
Artes y oficios como fuentes de iluminación
Cada oficio guarda latente el camino para que quien lo ejerce, sea un día considerado como tesoro viviente. El artista marcial, el alfarero, el herrero, y todo aquel que siga un camino en su actividad, aspira a lograr la conciencia de unidad, reservada en occidente únicamente a los filósofos. A través de la búsqueda de la técnica, de su perfeccionamiento, es posible llegar a la esencia de la técnica. Allí ya no hay nada técnico. Allí se está en contacto con la esencia del ser del hombre, con su humanidad. Estas palabras son del filósofo Martin Heidegger, uno de los más importantes del siglo XX.
Como fruto de esta concepción del sujeto, occidente centra la educación en lo intelectual. Todo el sistema educativo está surcado por esa división, en cuya orilla de enfrente se encuentra lo corpóreo. También la concepción de salud mercantil ve al cuerpo como un artefacto mecánico a reparar con fármacos. Educación, salud, trabajo, religión. En todo ámbito se manifiesta la división de clase entre la mente y el cuerpo.
¿Qué le queda al cuerpo, entonces?
Inglaterra, el motor de occidente en la revolución industrial, inventó la idea de deporte, uno de cuyos orígenes puede remontarse a los torneos de la nobleza medieval. El fútbol, el tenis, el rugby, y un largo etcétera tienen como cuna específica el ocio de la aristocracia del Reino Unido de la gran Bretaña. Recordemos que para la iglesia, la idea de placer físico, cualquiera sea, aún hoy es cuestionada.
¿Qué pasa con el cuerpo en la escuela?
A una hora por semana de algún deporte recreativo le llaman educación física. Educación deportiva sería más justo, si en realidad cumpliera con la idea de educar. El paradigma cristiano/cartesiano desconfía del cuerpo. Para él, apenas, el deporte, cuyo ámbito tiende a lo emotivo, al despliegue físico como necesidad básica, a la socialización tal vez. La idea de educación o formación no participa. Si lo hace, se queda en lo meramente técnico, en lo mecánico. No se tiende a ver que las dos orillas forman y conforman un mismo río, y lo psicológico influye en lo físico tanto como lo físico en lo psicológico.
La educación en el dojo
La educación en el dojo tiene otra esencia, nacida en otra sociedad de otro tiempo. Es un camino de autoconocimiento, de autocontrol, donde se aprende a que lo emocional no tome las riendas. Sin ello, tan solo hay disfrute o displacer, frustración o alegría, y el conocimiento que se pueda obtener estará mediado por las emociones circunstanciales. Un cambio producido en una orilla modifica a la otra, siempre. Así occidente influyó sobre oriente, y no es infrecuente observar que en los dojos la noción de lo deportivo, sea en su faceta competitiva o recreativa.
Entonces, ¿a qué vamos cuando vamos al dojo? ¿A perfeccionar el carácter a través del cuerpo?, ¿a practicar un deporte que tiene un gusto a algo más?, ¿a sociabilizar?, ¿a practicar para ir al torneo?
Si esas variantes existen o coexisten, tienen su razón de ser en la pluralidad de necesidades. Será tarea de cada cual definir su propia necesidad, y dar con el dojo que las satisfaga. Y si no lo encuentra, quizás sea el motor para luego de un tiempo de formación razonable, abra su propio dojo, donde su propuesta será la respuesta a su propia necesidad.
Autor: Gabriel Bisceglia, escritor, autor del libro Camino a lo esencial. Sensei de Aikido y practicante de karate shotokan ITKS.
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