Para que nunca se olvide el crimen más abominable, veloz y sin castigo desde la existencia del homo sapiens.
El 6 de agosto se cumplieron 77 años de uno de los genocidios más crueles en la historia de la humanidad. El presidente del imperio estadounidense, Harry Truman, ordenó sin compasión el asesinato inmediato de 225.850 civiles y 20.150 soldados japoneses en Hiroshima y Nagasaki, ejecutados en solo 72 horas.
Truman y los Comandantes de la Operación Manhatan, así como los pilotos que lanzaron el 6 de agosto la bomba ¨Litlle Boy¨, (sumando al crimen la burla al ponerle ese nombre al artefacto nuclear), en Hiroshima y 3 días después, sin arrepentimiento pese a que ya se conocían los resultados del horror, la bomba ¨Fat Man¨ en Nagasaki, no fueron juzgados en el Tribunal de Nuremberg.
Los autores de uno de los crímenes más abominables que se conocen, fue solo superado por el holocausto del pueblo judío o del pueblo armenio, del pueblo tutsi u otras brutales ¨limpiezas étnicas¨, con el agravante de ser ejecutado, no en meses o años como los señalados, sino en solo 4.320 segundos. La primera bomba de uranio 235 calcinó en menos de 55 segundos al 90% de la población de Hiroshima con la descarga de un millón de grados centígrados eliminando toda vida animal, vegetal y humana de ese territorio.
El crimen contra un pueblo desarmado, ya que solo existían 5 baterías antiaéreas en Hiroshima y 4 en Nagasaki, es de los calificados de lesa humanidad y por lo tanto imprescriptibles.
Hoy que los sucesores del latrocinio claman por llevar a Putin a los tribunales internacionales por las pérdidas civiles de la invasión rusa a Ucrania, deben prepararse para lo mismo que cínicamente denuncian.
En los 246.000 hombres y mujeres asesinados y en los cientos de miles que quedaron heridos y mutilados, no contamos los que murieron años después de leucemia y cáncer por la radiación liberada por las dos bombas criminales. Hasta 1950 se calcula que murieron en la zona de Hiroshima y Nagasaki, unas 200 mil almas por distintos tipos de cáncer producidos por la emergencia nuclear.
No les tembló tampoco el pulso cuando su central de inteligencia les informó que en esas dos localidades niponas se encontraban detenidos en barracones 70 soldados británicos y holandeses e incluso un par de estadounidenses, prisioneros de los japoneses.
No hubo misericordia. No se salvó ningún prisionero aliado. Todos murieron al instante.
El crimen serial fue triplemente cobarde. Cobarde por realizarlo sin aviso para poder evacuar a la población civil, cobarde por ejecutarlo ante un ejército con escasas baterías antiaéreas y cobarde porque Truman sabía que la planificada invasión norteamericana a Japón, no era posible. Los japoneses estaban dispuestos a inmolar hasta su último soldado y los estadounidenses no estaban dispuestos a ofrecer sus vidas, no se animaron pese a la descomunal diferencia entre ambas fuerzas armadas. Huyeron como cobardes y prefirieron jugar a distancia, como lo hacen ahora en Ucrania. Y de ese modo optaron por el holocausto nuclear.
Y a los que murieron, que se los juzgue en ausencia. Para no falsificar la historia.
En el primer asiento en el banquillo deberá sentarse el sarcástico presidente Truman, quien 16 días después de la infamia, convocó a una conferencia de prensa para afirmar sin rubor que ¨ahora le hemos devuelto a los japoneses el golpe varias veces multiplicado, y vamos a arrasar toda la fuerza productiva japonesa que se encuentre en cualquier ciudad de ese país, van a recibir una lluvia de destrucción desde el aire como la que nunca se ha visto en esta tierra¨.
También tienen que sentarse ante los jueces de instrucción quienes alegaron la obediencia debida. No se salvaron de la horca los nazis que alegaron en Nuremberg la obediencia al Fuhrer. No veo la diferencia entre los nazis del Tercer Reich y los nazis del Imperio predator.
Así intenté fundamentarlo hace unos años en mi ensayo titulado ¨De Hitler a Bush¨.
También deben comparecer en ausencia o no, los responsables de la Operación Manhattan con el Mayor General Leslie Groves a la cabeza, quien diseñó las 5 bombas atómicas que debían lanzarse por este orden, primero en Hiroshima y después en Kotura, Nagasaki, Kioto y Yakohama hasta que Japón se rindiera. Kotura se salvó porque el 12 de agosto a las 11.01 su cielo estaba cubierto el 70% por nubes, decidiendo el piloto del B 29 Bockscar, el Mayor Charles Sweeney, descargar su mortífera bomba de plutonio 239 en la localidad aledaña de Nagasaki, quemando a sus habitantes con 3.900 grados centígrados de calor. La mayoría de los sobrevivientes de Hiroshima que buscaron refugio en Nagasaki, murieron todos por segunda vez en 72 horas.
No exoneraría tampoco al Comandante del B29 Enola Gay, Coronel Paul Tibbets, al subteniente Morris Jeppson quien le quitó a la bomba los dispositivos del seguro, ni al capitán William Parsons quien la volvió a armar en pleno vuelo.
Al único que le conmutaría la pena de ser condenado en ausencia sería al Capitán Robert Lewis, quien al ver el apocalípsis, el hongo nuclear y la lluvia negra desde su avión gritó a sus compañeros de pilotaje, ¨Dios mío, que hemos hecho¨. Fue el único acto de contricción humano de esa patrulla demencial.
Escribo este artículo que nada cambiará la historia, para provocar un instante de recuerdo y de memoria contra la cultura del olvido, frente a uno de los crímenes más repugnante y sin punición que recuerde la existencia del homo sapiens.
Periodista, escritor, abogado y director de medios
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