En el anterior Dojo Apuntes: Yonamine Chiru, la mujer más bella y temida de Okinawa. Les contamos la historia de Yonamine Chiru, la temible esposa de Sokon Matsumura, conocida por todos como una mujer bella, pero por sobre todo muy inteligente y de gran fortaleza física. En esta entrega verá que incluso un gran maestro como Sokon, también puede ser vencido.
Efectivamente, el kara-te, como se denominaba por entonces, se practicaba secretamente en el seno de algunas familias que guardaban celosamente sus técnicas de puertas adentro. Desde entonces, a Sokon Matsumura, una duda le acompañaría durante el resto de su vida. ¿Qué sucedería si él mismo se encontrara un día en una situación similar?.
Ese día no tardó mucho en llegar. La familia de Yonamine estaba celebrando una fiesta familiar, cuando Matsumura comenzó a sentirse enfermo, que es una forma más elegante de decir “mareado”, y se retiró a descansar. Un poco antes del anochecer, haciendo gala de ese carácter burlesco típico de los Okinawenses, se vistió como un granjero, embadurnó su cara con carbón y salió corriendo hacia un lugar llamado Daido Matsubara, por donde él sabía que su mujer tendría que pasar para ir de vuelta a casa. Quería darle un buen susto. Se escondió en una acequia y esperó a que llegara su mujer.
Al cabo de un rato, la vio descender alegremente cuesta abajo, llevando en una mano un balanceante furoshiki, un hatillo en el que transportaba diferentes cosas de utilidad doméstica. Cuando creyó que estaba suficientemente cerca, saltó de repente hacia ella gritando todo lo que podía mientras agitaba los brazos como un espantapájaros. Solo tenía la intención de paralizarla dándole un buen susto.
La reacción de ella fue instantánea y espontánea. Tiró el hatillo y salto verticalmente mientras lanzaba una tremenda patada al pecho del fantasma. El sorprendido Matsumura no tuvo ninguna posibilidad de defenderse, pues quedó más aturdido que ella. Ahí, no acabó la lucha. Nada más tocar el suelo, Yonamine utilizó, como dos resortes, ambos brazos, cuyos puños descargaron toda la fuerza en un mismo punto de la cabeza de Matsumura.
Cuando empezó a recuperarse del mareo y de las estrellas que había visto como consecuencia de los golpes, se percató, de que su bonita mujer, le estaba atando a un árbol con el mismo obi con el que atara a aquellos bandidos.
Matsumura no fue capaz de desatarse durante toda la noche. Ella era una experta en hacer lazos y nudos imposibles de desatar. Cuando los primeros rayos del sol calentaban el amanecer y su cuerpo aterido de frío, vio a un hombre bajar la cuesta montando al trote un caballo blanco.
Matsumura gritó: “¡Desáteme, por favor!”.
El hombre descabalgó y quedó atónito al descubrir que se trataba de Matsumura. ¿Cómo un hombre con su reputación podría encontrarse en semejante situación?
“Comprendo”, dijo Matsumura, muy consecuente y visiblemente avergonzado. “Se estará usted preguntando, qué ha pasado. Yo mismo casi no lo sé. Dejémoslo como está, el mundo es grande y he descubierto que puede haber luchadores mucho más hábiles que yo”.
Después, como un perro con el rabo entre las piernas, regresó humillado a casa. Su dulce mujer le miraba sonriente mientras escuchaba el cuento que su marido le estaba describiendo. “Esta noche me han atacado un grupo de hombres y he tenido que defenderme…” Mientras ella le servía el desayuno, solo le dijo: “Tienes que entrenar más duramente”. Luego cayó y continuó con su sencillez habitual, después de todo el orgullo del marido quedaba en casa. En ningún momento le hizo sentirse descubierto. No quería ridiculizar más todavía a su marido.
Matsumura contó la historia a su venerado Maestro Sakugawa y este después de reírse un buen rato, decidió darle un buen consejo.
“Mi querido alumno, ¿dónde está tu punto más vulnerable?”. El punto más vulnerable para un hombre son sus testículos y para una mujer los pechos. Ellas cuando combaten ponen toda la atención de no ser golpeadas ahí. La próxima vez que te enfrentes a una experimentada mujer, amaga un golpe al pecho, ella perderá el equilibrio al intentar cubrirse y entonces debes entrar en la lucha cuerpo a cuerpo practicando alguna técnica para proyectarla al suelo.
Matsumura se sentía totalmente desanimado después de su derrota en las manos de su mujer. Pensaba en el consejo de su maestro y no podía dejar de pensar en ello. Aunque fuera una mujer la que le había ganado, no podía entender como su técnica se había desarrollado a medias, pues en aquellos tiempos también había ronin, samuráis vagabundos que también eran mujeres de gran peligro. Esperó hasta encontrar la oportunidad de la revancha que se produjo dos meses más tarde.
Yonbara, era el pueblo donde vivía la familia de Yonamine. Fue de visita sola y caminaría un día entero desde Shuri.
Matsumura vio ahí su oportunidad. Antes de que el sol llegara al ocaso ya estaba camuflado detrás de unos juncos que bordeaban el camino. Haciendo gala de ese carácter teatral que tanto le gustaba, esta vez decidió vestirse de pescador, se untó la cara con aceite y arena como si se tratara de un viejo lobo de mar, de esa guisa esperaba no ser reconocido. Se escondió y espero.
Al poco tiempo de ponerse el sol, su mujer llegó con marcha ágil cargando su pequeño hatillo de viaje. Sin esperar más, Matsumura se lanzó sobre ella profiriendo simultáneamente un fuerte grito. En esta ocasión, Yonamine dio un paso a tras y comenzó a describir un círculo lentamente alrededor de él, como lo haría un gato listo para saltar. Sin más, él lanzó un golpe de puño directo hacia su pecho con la intención que le había explicado su maestro, como un cebo. Efectivamente, esta acción provocó en ella una consternación que permitió que Matsumura se acercara a ella hasta hacer un cuerpo a cuerpo. Agarrándola la hizo caer al suelo. Matsumura se limitó a dejarla caer de espaldas sobre el suelo y salió corriendo.
Yonamine quedó sola y muy desorientada, pero no herida, dos ataques en tan poco tiempo era demasiado. Matsumura llegó a casa corriendo, se lavó, se sentó en la mesa y esperó como si nada hubiera pasado mientras bebía un vasito de sake.
“Omedeto gozaimasu”, dijo ella cuando finalmente entró en la casa.
“Por qué Omedeto”, preguntó Matsumura, pretendiendo no saber de qué estaba ella hablando. “¿Qué he hecho yo para merecer esa felicitación?”.
Con una expresiva sonrisa reflejada en su cara, ella dijo, “Estoy feliz porque después de hablar con el Maestro Sakugawa, por fin has aprendido a cómo combatir contra una mujer experta en lucha”. Matsumura la miraba atónito. Había sido descubierto. No entendía nada. Ella debería mostrarse muy enfadada y muy ofendida por haber perdido. Después de todo, cuando él fue derrotado, ¡tardó tres meses en recuperarse!, y, ¿ahora ella venía contenta habiendo sido derrotada? No entendía nada.
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“Querido esposo”, comenzó a hablar ella en un tono maternalista. “Hoy has aprendido dos grandes lecciones. La primera es que en combate no hay distinciones entre hombres y mujeres. Un oponente es un oponente. En algunas ocasiones, como has comprobado, una mujer puede ser mucho más peligrosa que un hombre si está bien entrenada. Y, la segunda, que el corazón de la mujer siempre se alegrará por la victoria de su marido, aunque ella sea la que pierda. Nosotras somos luchadoras silenciosas en constante pelea contra la vida diaria. Esta vida no tiene sonoras recompensas para nosotras, pero cuando veo a mi marido feliz y orgulloso por haber tenido una victoria, entonces por unos momentos nos sentimos felices y orgullosas de haber contribuido a su felicidad. Siempre he sabido que tú eras el atacante y me he sentido triste durante estos meses por tu anterior derrota. Ahora estoy feliz”.
Acabando de decir esto, abrazó a Matsumura y se fue a barrer el suelo levantando un saco de trigo de unos 20 kilos con una mano y barriendo por debajo con la otra…
Matsumura quedó anonadado por la profundidad y humildad de su mujer. Con cada lágrima que caía por sus mejillas sintió como un poder enorme invadía su espíritu.
El espíritu de la humildad y de la sencillez que le acompañaron durante el resto de su vida.
Las Artes Marciales tienen en sí mismas, no solo el poder de la destrucción, sino la caricia de la sensibilidad. Ambos extremos, como el Yin y el Yang, se complementan, uno no puede existir sin el otro y de producirse esta circunstancia, se producirá un gran desequilibrio. Las Artes Marciales por medio del entrenamiento físico y riguroso, fortalece el cuerpo hasta límites insospechados; rompimientos de piedras, combates durísimos, entrenamientos agotadores, etc., y por medio de la meditación y las conversaciones con el Sensei. La delicadeza de la filosofía penetra, poco a poco, durante el trascurso de muchos años en el espíritu del iniciado. El artista marcial tiene en su mano la posibilidad de crear vida o de causar muerte y entre esos extremos discurre su existencia. La humildad y la sencillez desarrolladas durante muchos años de práctica le harán comprender un día cualquiera, ¿Por qué Dios escucha las lágrimas de las mujeres?, o, ¿Por qué en una mano un saco y en la otra una escoba? Preguntas sutiles que encuentran la adecuada respuesta solo, en el espacio silencioso de la meditación o, en el mundo profundo de la mente de una MUJER.
7º Dan Kobayashi ryu Kyudokan
Coordinador del Grupo internacional de Dojos Kyudo Mugen Kyudokan
Imagen: Mokuso
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