Diciembre de 1999. Era mi primer viaje a Okinawa como alumno de Sensei Pedro Fattore. Entre muchas de las cosas que me llamaron la atención, el trato hacia los adultos mayores fue significativo. En Okinawa y en el resto de Japón, este grupo etáreo de personas goza de los mayores privilegios y prioridades. Su sociedad es así, son sus costumbres, su cultura, y al preguntar por qué lo hacían, la respuesta fue muy clara “cómo te gustaría que te traten cuando seas mayor”. Los ancianos son respetados y valorados por sus vivencias, sus experiencias y consideran que “tuvieron más vida” que el resto. De hecho, SENSEI significa “antes nacido”. Por lo que todos los nacidos antes que nosotros tienen algo para enseñarnos. El concepto también se extiende a los que se especializan y enseñan algo en particular. A los ancianos siempre se les cede el lugar, se los deja hablar primero, se los respeta y se los valora. No son en absoluto discriminados. Más aún son valorados si entrenan lo que sea.
Una pequeña historia
Un día, Sensei nos había mandado a entrenar a una plaza cerca de una de las playas. Esto fue para evitar estar todos los días dentro del dojo. Las plazas que pude ver eran pequeñas y extremadamente limpias, al igual que sus playas de suaves arenas y olas que parecían acariciarlas. La gente es muy respetuosa y los espacios ocupados nunca son motivo de conflicto. Para un artista marcial, Okinawa no solo es un destino turístico. Allí se “respira” el karate, la historia, la cultura, cualquiera que haya tenido la posibilidad de estar en allí seguramente estará de acuerdo con lo que digo.
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Eran las siete de la mañana, estábamos adormecidos, con alegría, pero para ser sincero no con muchas ganas de entrenar tan temprano. Al llegar nos organizamos y comenzamos la práctica. Para nuestra sorpresa había varias personas de distintas edades ya entrenando, la mayoría solas. Pero hubo una me llamó poderosamente la atención, una señora muy mayor con una naginata (alabarda japonesa). La mujer se movía con soltura y gracia, con movimientos lentos y de vez en cuando, algo más veloces. Todo el tiempo estaba sonriendo, concentrada en su técnica, sin percatarse de si alguien la miraba o no. Pasamos a un intermedio en nuestro entrenamiento y yo la seguía observando con gran admiración. La mujer no paraba a descansar, solo hacía breves intervalos en los que respiraba, mirando el mar, para muy pronto tomar su naginata nuevamente y seguir su rutina. Eran ya las doce del mediodía y ya habíamos dado por finalizada nuestra práctica, juntamos entonces nuestras cosas para marcharnos. Al irnos, no pude resistir darme vuelta para verla una vez más, ella seguía entrenando. Sentí vergüenza, yo que era un joven en ese entonces, estaba cansado y aquella longeva señora que permanecía allí desde antes de que llegáramos, continuaba ejecutando sus movimientos siempre con una sonrisa en el rostro. ¡Qué gran ejemplo de vida para todos! Ese día pude darme cuenta de que no se trata solo de practicar, sino del espíritu que le ponemos a lo que hacemos, como así también de la capacidad de disfrutarlo. Esta es una de las tantas enseñanzas que me han dejado mis inolvidables viajes a Okinawa.
Autor: Sensei Agustín Rosendi
. Karate Motobu Ryu- 6 Dan
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