Aunque en realidad no debería ser necesaria la puntualización o explicación, el término Karate Tradicional, como el Karate Do en su justo sentido de verdadero Camino de la Mano Vacía, es utilizado por aquellos karatekas e instructores que entienden la práctica y enseñanza de esta disciplina como parte de la cultura japonesa, como un arte marcial (Budo) que complementariamente a su sistema de lucha desarrolla una serie de valores basados en el antiguo Bushido (código del Samurái que marca premisas como el Respeto, Honestidad, Coraje, Justicia, Lealtad, Honor y Benevolencia) y que en la época actual se transmite en el código del Karate conocido como Dojo kun y que habla sobre la perfección del Carácter, la Fidelidad y la Lealtad, la Determinación, el Respeto, el Autocontrol de la actitud impetuosa, … características muy pregonadas pero poco aplicadas lamentablemente hoy en día en la vida cotidiana.
Pero… ¿A qué nos referimos entonces cuando hablamos de karate tradicional en pleno siglo XXI? El sensei español Salvador Herraiz, 8º Dan, lo analiza para Mokuso, hoy: DOJO & SENSEI. En las próximas entregas: ESPÍRITU DEL KARATE TRADICIONAL, COMPETICIÓN DEPORTIVA, GRADOS Y CINTURONES NEGROS.
En efecto, profundamente el Karate tiene toda una filosofía basada en el tradicional Dojo kun o Código Ético, por todos conocido, pero no por todos llevado a cabo en la vida cotidiana, dentro y fuera del tatami. El Dojo kun, nos indica una actitud moral a los que creemos en un Karate como parte de la cultura de Japón, vinculado a su historia. El Dojo kun nos enseña a contener la conducta impetuosa y violenta, a ser respetuoso, tolerante y compasivo, a cultivar el espíritu de perseverancia, a ser fiel, leal, sincero y humilde. Por ello debemos decir que el Karate Tradicional no se desarrolla en un gimnasio sino en un dojo, un lugar casi sagrado donde no se busca una mera práctica o entrenamiento, sino que se busca seguir ese Camino de perfeccionamiento personal.
Basado en el Dojo kun el Karate enseña además que se llega más lejos, admirando que criticando, que no hay que preocuparse por las imperfecciones de otros sino por las nuestras, que al final el cinturón negro, símbolo de la aptitud en Karate no es el fin sino el principio y no debe rodear solo la cintura… sino también el corazón, y que las artes marciales, sin un desarrollo paralelo de la personalidad no serían más que escuelas de violencia y chulería.
En origen, la palabra DOJO es en realidad una traducción del término sanscrito “BODHIMANDA” y se refiere al “asiento del diamante”, el asiento desde el cual Buda obtuvo su nirvana, su iluminación, bajo el árbol Bodhi. En consecuencia se utilizaba este término para denominar el lugar donde se estudiaba y desarrollaba el Budismo. Debido a esas connotaciones espirituales y de auto superación, la palabra fue adoptada también para el mundo del Budo japonés.
Aunque hay también importantes maestros (nada sospechosos de no llevar un camino tradicional), que imparten sus clases en polideportivos o salas compartidas en las que habitualmente se practican otras actividades, lo cierto es que, desde el punto de vista de un Karate tradicional, tiene gran influencia en su desarrollo el lugar y ambiente en el que se encuentre. Por ello puede observarse en los dojos de Karate en Japón & Okinawa (y a pesar de encontrarnos en el siglo XXI, tanto allí como aquí) que se trata de tradicionales estancias donde el espíritu del Karate aflora más fácilmente. Las diferencias concretas que pueden apreciarse entre un dojo (donde desarrollar positivamente un espíritu de Karate junto a su tradicional práctica) y un gimnasio (caldo de cultivo para desarrollar otro tipo de actitudes en los alumnos) son bastante evidentes. Un gimnasio suele verse moderno, con mármol, aluminio, cristal y otros materiales. Un dojo se ve tradicional, con madera y poco más. El gimnasio dispone de amplios vestuarios, taquillas, recepción de visitas, etc. mientras que un dojo no da importancia a todo eso y en Japón y salvo excepciones, incluso carecen de vestuarios (y por supuesto duchas), pasándose directamente desde la calle… al tatami. El gimnasio cuenta con personal trabajando, mientras que el dojo lo atiende su maestro, de forma más familiar. Un gimnasio se adorna con grandes y espectaculares fotos llenas de glamur, pero un dojo cuelga en sus paredes recuerdos de maestros y titulaciones, que animen y motiven al practicante. El gimnasio hace su publicidad (basada generalmente en las bondades de sus instalaciones), mientras que la única publicidad del dojo es el boca a boca y la transmisión de las bondades de su enseñanza de los practicantes a amigos y familiares. Son características que aunque parecen ajenas al Camino del Karate, en realidad influyen en él.
Se trata no solo de hacer algo, sino del placer de hacerlo de determinada manera. Lo mismo pasa, por ejemplo, con el entrenamiento físico tradicional utilizando los viejos artilugios okinawenses. Seguramente los modernos sistemas de entrenamientos, máquinas que aíslan determinados músculos, etc. ofrecen una efectividad enorme, pero… cuando se practica con los viejos artilugios tradicionales no se busca solo efectividad, sino el placer de hacerlo con esos medios. Hay algo de romanticismo en ello… como en la práctica del Karate Tradicional en general.
Igualmente, el Karate Do no lo enseña un entrenador, lo enseña un Sensei, alguien que junto a su conocimiento y habilidades practicadas durante décadas, y con capacidad de transmisión y comunicación, muestra un comportamiento adecuado que transmite a sus alumnos. Los Sensei son herederos y depositarios de una gloriosa tradición japonesa, en unos tiempos de constantes cambios, algunos considerados como evolución, pero otros como clara trasgresión. El Sensei, que enseña con rigor la técnica y el espíritu del Karate, más que en la próxima competición o en el planteamiento de la próxima temporada, debe pensar en la próxima generación. Es un experto y un modelo a seguir, siendo su personalidad e integridad moral y ética sus atributos más destacados. La educación de una persona empieza 25 años antes de su nacimiento, pues gran parte de su educación depende del equipaje moral y comportamiento que hayan tenido e inculquen sus padres, y llegado el caso… su Sensei.
Al final, si se entiende el Karate Do (el Karate Tradicional) tanto en su técnica, historia, filosofía y objetivos, … (en su Espíritu, en definitiva), como algo de gran valor, un tesoro que transmitir a unos alumnos merecedores (y privilegiados), la relación Maestro-Alumno se convierte, en realidad, en una relación de Confianza (pues no se ofrece un tesoro a cualquiera), y como tal cualquier cuestionamiento rompe esa relación de confianza. Hay que ser agradecido siempre y no quejarse cuando el maestro corrija, sino más bien preocuparse cuando ya no diga nada, porque habrá dejado de creer. Eso forma parte también del Karate Tradicional.
La enseñanza del Karate en Japón no se cuestiona, solo se acata. Se aprende y se practica. Nada más. Los occidentales, en cambio, quieren, queremos, hacerlo a nuestra manera, preguntando en exceso (en vez de dejar que el tiempo haga comprender). En Karate, por su filosofía e historia, no se debería cuestionar ninguna decisión del sensei. Así pues… ¿Para qué preguntar?; la respuesta llegará en su momento y a quien tenga que llegar. Se dice que algunos instructores enseñan técnicamente demasiado e incluso más de lo que saben… inventando. Otros, con mediana experiencia, parece que se precipitan y enseñan todo lo que saben, perjudicando la línea de progresión, dosificación y espacio de crecimiento del alumno. Un Sensei experimentado es cauto y enseña dosificadamente tan solo lo que debe enseñar, cuando debe enseñarlo y a quien debe enseñarlo, para que el Camino tenga continuidad y sentido diario, se facilite la comprensión y la transmisión no caiga en saco roto. El maestro Masaaki Ichihara mantiene “llega un momento en el que un maestro de Karate no se reconoce ya por sus habilidades, sino por las de sus alumnos.”
Lo cierto es que tanto maestro como alumno deben saber cuál es su sitio. El alumno para convertirse en discípulo Uchi Deshi (alguien especial a quien transmitir lo más profundo del arte) tiene que trabajar desapercibido y no tener ningún afán de protagonismo, en conversaciones que no vallan con uno, relaciones que no corresponden o a las que no has sido invitado, … Cada uno debe ser consciente de sus límites y de su lugar. Se ha dicho siempre que “aquel que habla no sabe, y aquel que sabe… no habla”, empujando a la discreción de palabra y hechos y dejando en evidencia al que se explaya demasiado o sin venir a cuento o corresponderle. Por otra parte, habría que agradecer que los verdaderos expertos de cualquier materia compartan con los demás sus conocimientos y reflexiones. De lo contrario, esos conocimientos se irían perdiendo, lo que sería sin duda negativo e indeseable. Mi madre siempre me recordó la frase “el que más sepa… más diga”.
Alguien inmaduro lo que suele hacer es cometer equivocaciones. Cada uno es libre, por supuesto, pero ante la libertad de pensamiento… el riesgo de equivocación. Hay que recordar siempre que el Sensei ya ha pasado por el pensamiento, auto-seguridad, convicción, … que a menudo erróneamente tiene el alumno. Hay quien dice que las personas inteligentes aprenden de sus propios errores, pero, lo más práctico es lo que hacen las personas superiores y sabias, aprender de los errores de los demás en lugar de en los suyos. El que no aprovecha esos errores ajenos está condenado a repetirlos, al igual que el que no conoce su pasado está condenado también a revivirlo. El peligro está en que el hombre puede tropezar dos veces en la misma piedra, y si se empeña… tres y más. Hay que tener la humildad de reconocer al que sabe.
Autor: Sensei Salvador Herraiz, 8º Dan
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