El reciente Barómetro de Unicef España (octubre 2024) revela una realidad que nos invita a una profunda reflexión: el 41% de los adolescentes encuestados reconoce haber padecido problemas de salud mental en el último año. Más preocupante aún es que el 35% de estos jóvenes guarda silencio sobre su situación, y más de la mitad no busca ayuda alguna. Y esto último por qué? En resumen, se deducen factores de baja autoestima y de falta de confianza en los mayores, profesores u orientadores, en que los puedan ayudar, o en relación a que sepan guardar “su secreto” y no exponerlos.
Los principales factores determinantes
Profundizando en los factores que se consideran que afectan a la salud mental podría deducirse que los hay de naturaleza externa (como golpes que vienen de fuera): el bullying, ciberbullying, los problemas familiares, y los de violencia e inseguridad en su entorno; y los de naturaleza interna (batallas internas), como una baja autoestima como es el sentir presión por tener un físico determinado (esa voz que susurra “no eres suficiente” frente al espejo de las redes sociales), sentir inseguridad, incertidumbre marcados con un sello de pesimismo o tristeza en relación a su propio futuro, y donde lo anterior puede incrementarse y realimentase por consumo de alcohol y drogas, entre otros.
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¿Problema individual o fractura colectiva?
Me pregunto: ¿realmente es esto una carga que cada joven debe llevar en solitario? ¿Debemos considerar lo anterior como una cuestión individual y personal de cada joven? Todos reconocemos esas señales externas – el aislamiento progresivo, las sonrisas que no llegan a los ojos, ese pesimismo, individualismo e indiferencia en relación al mundo que les rodea (¿dónde han quedado los ideales para hacer una mejor sociedad?). Pero lo que más me inquieta es ese muro de silencio que eligen manifestarlo de manera anónima en un estudio.
Y por eso me planteo otra vez la pregunta: ¿será acaso una cuestión individual de cada uno? Acaso no nos abrazan de alguna manera sus motivaciones en cuanto a la confianza con los mayores, profesores u orientadores?
Cuando un adolescente no confía en sus padres, desconfía de sus profesores y duda de sus orientadores… ¿no estamos ante un fracaso comunitario disfrazado de crisis individual?
El Karate-Do nos enseña que hasta el combate más personal se entrena en el dojo, rodeado de otros. ¿Qué clase de dojo social estamos ofreciendo a nuestros jóvenes?
La epidemia invisible
Cuando más del 41% de los adolescentes españoles confiesa problemas de salud mental, ya no hablamos de casos aislados, sino de un fenómeno que impregna toda una generación. La matemática social es cruel en su simplicidad: si en tu círculo más cercano no ves el dolor, gira la cabeza. En el siguiente banco del instituto, en el grupo de WhatsApp, en el vestuario después del entrenamiento… allí estará.
Este no es un virus que se evite con distancia física. Se propaga en silencio, a través de miradas bajadas en el pasillo, de risas que no suenan del todo auténticas, de compañeros que poco a poco dejan de aparecer. El Karate-Do nos enseña que la verdadera conciencia (zanshin) es percibir lo que no se dice. Quizás sea hora de aplicar esa lección más allá del dojo.
El alma del Karate-Do
Entre tanta oferta marcial que hoy se reduce a combate y espectáculo, el auténtico Karate-Do sigue siendo un faro de luz. No se trata simplemente de golpes bien ejecutados o katas perfectamente coreografiados – eso sería como admirar un bonsái solo por su forma, o practicar un deporte con un nombre japonés- sin ver las raíces que lo sostienen.
Lo que hace del Karate un arte (y no mera actividad física) es ese sustrato filosófico que impregna cada movimiento: el bushido moderno que late bajo la superficie técnica. Cuando un sensei corrige una postura, no está solo puliendo una técnica; está tallando el carácter. Cuando insistimos en el kihon repetitivo, no entrenamos solo músculos, sino la paciencia y la humildad, entre otra cantidad de principios.
Este es el verdadero do (camino) que mencionamos cuando hablamos de Karate-Do. Un camino donde el oponente final nunca está frente a nosotros, sino dentro. Donde el dojo no es un gimnasio, sino un laboratorio para la transformación personal.
Lo que hemos heredado de la tradición
Desde el punto de vista de la tradición, en lo que respecta a la práctica y entrenamiento, en general, muy en general, y resumiendo mucho, podríamos decir que al principio, con el vigor del cuerpo físico, el practicante pone énfasis en el entrenamiento del cuerpo, y al maestro se lo ve acompañando esa evolución brindando elementos para que el practicante desarrolle nuevas habilidades, como jardinero que conoce el tiempo que necesita cada semilla para brotar.
Y siguiendo con la tradición, recién con el tiempo y con la constancia (años de Keiko – entrenamiento constante-), algunos practicantes, comienzan a vislumbrar otras posibilidades, que algo cambia… aspectos más sutiles y no evidentes que los van llevando a una transformación, por ejemplo ese momento en un kata donde ya no es el cuerpo el que mueve al espíritu, sino al revés.
Sí, suena a eslogan decir «vencerse a sí mismo». Hasta que un día, al repetir por milésima vez ese mismo gedan barai, descubres que la resistencia que vences no es física, sino esa voz interior que te decía «no puedes». Los que hemos pasado por esto – y sé que muchos lectores asentirán – sabemos que no es metáfora: es la alquimia real de la práctica constante.

Diego Kiai, el samurái argentino. Una película de Diego Recalde y Ariel Garofalo, con el apoyo de Mokuso.
Anchura y velocidad
El reloj de arena de la tradición marcaba un ritmo diferente. Desde el punto de vista del enfoque tradicional, esa transformación –para los que llegaban a ella- estaba relacionada con la “anchura” y “velocidad” del tiempo de aquellas épocas. El tiempo era entonces un río ancho y profundo que permitía a los practicantes sumergirse lentamente en las aguas que lo llevarían –si así querían y podían- a la transformación personal.
Y ese enfoque podríamos decir que tiene una direccionalidad muy marcada, primero el foco en el vigor físico, luego en la constancia (años y años), luego en la transformación.
Me he preguntado si hoy por hoy tenemos / disponemos de la misma relación entre “anchura del tiempo” y “velocidad para la transformación”. Y mi respuesta ante esa extrapolación es un decidido “no”. Los tiempos actuales son muy distintos a los de antes.
Entonces, ¿sería posible recuperar la “anchura perdida”?, es decir, ¿cómo adaptar la esencia del camino a un mundo que cambia a velocidad de TikTok? La transformación sigue siendo posible – solo requiere reinventar en enfoque sin traicionar los principios con la finalidad de ayudar a nuestros jóvenes.
De lineal, a sistémico
Al fin y al cabo, puesto que en los problemas que se citan en el estudio comentado, que entre otra cantidad de Entidades, Asociaciones o Fundaciones aparte de Unicef, lo que subyace es una falta de desarrollo de aspectos como la fortaleza mental o interior, respeto y gratitud, perseverancia y tolerancia a los reveses, paciencia y optimismo; sostengo que es posible y compatible con la filosofía, enfocar nuestra actividad con un enfoque sistémico, no lineal o de causa efecto, sino causal, tomando como eje al Karate-Do como principal imán captador de atención.
Porque hoy por hoy esos problemas, muy interconectados entre sí, no se solucionan con respuestas unidireccionales, la vida actual exige un enfoque más parecido al enso (el círculo zen): donde todo está interrelacionado y cada elemento refuerza a los demás.
No como fases sucesivas, sino como un sistema donde cada práctica alimenta todas las virtudes simultáneamente, a través de práctica y reflexión. Así convertimos el dojo en un imán que atrae no por la promesa de cinturones, sino por ofrecer lo que ninguna app puede dar: crecimiento integral en comunidad, aspirando a una sociedad mejor.
Herramientas vs. Soluciones
Desde luego no debemos dar respuestas, pero sí podemos diseñar y compartir de manera permanente elementos para que aquellos que quieran, puedan encontrarlas. Elementos que surgen de extrapolar aquello que sabemos que subyace en el Karate-Do, en preguntas, reflexiones y desafíos para el día a día, para que los practicantes los aborden con trabajo en equipo, con creatividad y con optimismo, en paralelo con su práctica y aprendizaje técnico
Nuestro rol como instructores se enriquecería con la creación y proposición de situaciones que obliguen a buscarlas:
1. Preguntas que resuenan
¿Qué te enseñó hoy tu kihon sobre superar obstáculos?
¿Cómo aplicarías el mushin (mente vacía) ante un ataque de ansiedad?
2. Desafíos progresivos
Semanal: Identifica una situación donde hayas usado tu ki (energía vital) fuera del dojo
Mensual: Trae un problema personal y busquemos su paralelo en algún kata
3. Estructuras de reflexión compartida
Círculos de kenkyo: 10 minutos tras cada clase para compartir aprendizajes vitales
Cuaderno del dojo-kun: Donde registran cómo aplican cada precepto
La magia ocurre cuando un alumno descubre por sí mismo que el kime que usa en su gyaku-zuki es el mismo enfoque que necesita para sus exámenes académicos. Nuestra labor es sembrar esas conexiones sin forzar la analogía.
De lineal, a espiral
Este enfoque no avanza en línea recta, sino que gira en espiral, retroalimentándose continuamente (¡y cómo no mencionar a las familias! – recuerdo bien cuando los padres me buscaban como puente para comunicarse con sus hijos, o al revés)… conectando cada día, insisto, cada día, lo que ocurre en el Dojo con lo que sucede más allá de sus paredes.
No es un camino sencillo. Exige estudio constante, una mirada atenta al contexto, reflexión profunda, diálogo sincero, dosis equilibradas de empatía y asertividad, ese humor sutil que aligera el alma sin restar seriedad al proceso, y sobre todo –esto lo recalco– una enorme, enorme responsabilidad.
Los problemas que persiguen a nuestros jóvenes – la violencia cotidiana, el acoso escolar y digital, la tiranía de los cuerpos perfectos, la autoestima que se desvanece, los hogares desestructurados, el falso refugio de las pantallas y las redes sociales– no admiten soluciones simples. Requieren precisamente esto: un enfoque que, como la espiral, vuelva una y otra vez sobre sí mismo, pero cada vez desde una altura mayor.
La filosofía del Karate Do siempre ha sido inclusiva
La práctica del Karate-Do, sin bien distingue categorías en base a la experiencia (propio de la sociedad japonesa) su filosofía considero que no tiene esa finalidad ni estructura (por propia definición), por tanto, la invitación es transcender de la creación de un espacio físico, a crear día a día un espacio mental concreto para la reflexión, el autoconocimiento y el desarrollo de esa fortaleza interior que nos permita una transformación como personas que quieren una sociedad mejor hoy, a través del Karate-Do. Una actividad transversal a todo tipo de graduación o color de cinturón. Nuestros jóvenes no necesitan más discursos. Necesitan lo que siempre ofrecimos, pero ahora con un enfoque renovado: un arte marcial en el cual cada entrenamiento sea un paso hacia su mejor versión.
3er Dan ShorinRyu Kodokan, Madrid
Espacio Kikai
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